Esta semana he sido un fraude. Acordé con mis compañeros de trabajo que esta semana comenzábamos a hacer todos deporte y para mi era perfecto porque creía que así me obligaría a ello, pero ha resultado ser que no. Es decir, lo intenté un día y por causas ajenas a mi voluntad lo tuve que dejar.
He escuchado un podcast esta semana en que decían algo así como “la mejor manera de dejar que algo muera es no moverlo” y es por ello que a lo largo del día de hoy he estado dando vueltas al tema.
A mi no me gusta hacer deporte. No me engaño, NO ME GUSTA. No disfruto sufriendo mientras corro, ni cuando levanto peso, tampoco madrugando para ello ni obligándome a ir cuando me gustaría estar en otro lado. Durante una época de mi vida hice ciclismo de montaña y me gustaba por las personas que conocí pero sufría y obviamente eso tampoco me gustaba.
Ojalá algún día yo sea de esas personas que se levantan a las 5 de la mañana para ir a correr, pero no, a día de hoy no pertenezco para nada a ese grupo.
Si bien es cierto que me encanta la sensación que recorre mi cuerpo tras haberme quitado de en medio algo que me fastidia tanto hacer, pero no paga lo mucho que me cuesta hacerlo.
Hace años hacía yoga. Reconozco que eso si me gustaba, añoro las clases con mi profesora Edurne y ver como había ido mejorando con el tiempo, y escribo esto mientras pienso “esta semana retomo el yoga” pero en el fondo se que no lo voy a hacer porque no hago nada porque eso suceda.
No se a cuántas personas puede llegar esta entrada, pero agradeceré en enormemente si algún alma caritativa se apiada de mi y me dice por donde empezar, que motiva a hacerlo y que debo pensar para sacar de mi cabeza automáticamente la pereza que me invade solo pensando en que DEBO y no QUIERO.
Y tú, ¿haces deporte?
Yo he aprendido que obligarte a hacer algo que no te gusta, es el primer paso para fracasar en ello