Se encontraban ya en la furgoneta Hull, Weiner, Joseph y Marc. Se dirigían al hospital para ver como se encontraba Peper y si podían hacerle unas preguntas.
- ¿Qué os han dicho los vecinos? - preguntó Marc.
- La vecina de enfrente dijo que… - se adelantó Werner. Hull le cortó.
- La vecina de enfrente dijo que anoche, antes de irse a dormir, le gusta asomarse a la terraza a ver si pasa alguien por la calle, es la madre de los chicos del taller y siempre mira por si hubiera gente merodeando por la zona.
- Nos ha dicho que anteayer, dos tipos en un Mercedes gris preguntaron en el taller para entrevistarse con la psicóloga. - continuó Winer mientras se cruzaba de brazos mirando a Hull- Dijo que no le parecía que tuvieran esas intenciones pero que ellas les indicó igualmente el domicilio de ella. Los vio cruzar la calle pero no tocaron el timbre en ningún momento y cuando creyeron que ella no los veía, se marcharon.
- En la noche, cuando observó desde su terraza, vio el Mercedes gris aparcado dos casas más allá. Nos ha asegurado que era el mismo coche, porque en la calle no viven tantos vecinos y que, aunque le pareció raro, creyó que igual la psicóloga les hubiera dado cita en la tarde al no poder recibirlos en la mañana. - matizó Hull, mientras miraba divertido a su compañero.
- Nos ha dicho que no puede afirmar si estaban dentro del coche o no, solo sabe que hoy en la mañana, ese coche estaba aparcado al final de la calle. Dijo que pudo ver como Peper sacaba su coche temprano de la cochera y se iba en esa misma dirección. - sentenció Weiner.
- ¿Os dio alguna descripción? - preguntó Marc
- Si, dijo que uno era alto, corpulento, con el pelo blanco y vestía con ropa de marca. Tenía un tatuaje entre el dedo pulgar y el índice de la mano derecha, algo náutico pero que no lo recordaba con claridad. El otro era bajito y regordete, con una cicatriz en la ceja izquierda que le bajaba hasta la mejilla y que tenía tanto la tez como el cuello sonrojados. - contestó Weiner evitando mirar a Full.
- Pero esto no es todo jefe, aún no le hemos contado lo mejor. - refirió Hull - La vecina nos dijo que le daba pena esa chica, la psicóloga, que ya lo había pasado bastante mal y que no se creía que alguien le hubiera podido hacer eso, que eso ya era mala suerte.Al preguntarle a qué se refería dijo que de pequeña, la psicóloga había perdido a un amigo. Se encontraban los tres jugando en el río que pasaba por la zona en que vivían y el pequeño desapareció con la corriente. Lo encontraron unos metros más adelante atrancado en una compuerta y no se puedo hacer ya nada por salvarle la vida.
Marc no pudo evitar encogerse por dentro imaginando la escena. Si para un adulto es complicado de entender, no pudo ni pensar en como debe sentir eso un niño. Marc pensaba en lo frágil que le pareció Peper cuando se encontraba frente a Olmedo en la sala de interrogatorios, y lo rápido que cambió su postura y actitud frente al mismo sin sentirse para nada intimidada.
El transcurso por la sinuosa carretera que separaba el pueblo de Peper del Hospital, Marc lo hizo en silencio. Sus compañeros siguieron facilitando información a Joseph de lo que habían recabado de los otros lugareños. Nadie podía facilitar la matrícula, al estar el coche frente al taller, muchos de ellos pensaron que sería un cliente del mismo y no prestaron demasiada atención. Joseph les contó lo que habían encontrado en el domicilio.
Marc repasaba mentalmente toda la información para organizar las preguntas que tenía que hacer a Peper. Peper. Con tanta prisa por ir a su casa, no se había parado a pensar en cómo se encontraría.
La información que tenía era que le habían dado una paliza, pero no sabía la magnitud de las heridas, aunque a juzgar por el charco de sangre, debía estar bastante grave. ¿Y si hubiera salido tras ella siguiendo su corazonada? igual no la hubieran esperado, igual no la hubiera podido ayudar... no podía parar a pensar ahora en los “y si”, no había tiempo y no cambiaba las cosas.
El cartel del desvío al Hospital lo sacó de su ensimismamiento. Continuó conduciendo la furgoneta, buscando una plaza de aparcamiento. No iban a bajar todos, no era necesario, bajarían él y Joseph y se harían pasar por personal de la Policia Local siguiendo con la teoría del robo en el domicilio, eso facilitaría las cosas.
El ascensor subía a la planta 7.
-UCI box 703 - dijo la mujer de información.
Cuando llegaron, un médico salía del lugar.
-No se admiten visitas hasta mañana a las 11:00 - dijo con voz ronca.
-Somos de la Policía Local, venimos por la joven que ha ingresado esta tarde, Peper Beckett. ¿Podríamos hacerle unas preguntas?
-Me temo que está en coma inducido. Fueron muchas las lesiones que padecía, tanto a nivel interno como externo, hemos decidido tenerla así unos días para mitigarle el dolor que puede sentir si despierta.
- ¿no podemos verla? - preguntó Marc, preocupado.
- queremos ver si las lesiones que padece son compatibles con el modus operandi de dos sospechosos que tenemos sobre aviso, serán 2 minutos y podemos salvar la vida a más personas si los pillamos, se lo ruego doctor - dijo Joseph, firme.
- Está bien, pero no hagan ruido, la gente aquí se enfrenta a situaciones complicadas y el estrés no les ayuda en absoluto. Firmen el registro de entrada. - respondió el doctor.
Marc no podía evitar sentirse nervioso, no sabía que se iba a encontrar pero desde luego que no quería irse de alli sin saber si Peper estaba fuera de peligro.
- Les aviso: está irreconocible. Los hematomas ya han empezado a salir en el cuello y el abdomen, la operamos de la fractura en el cráneo y tiene toda la cara con vendas y moretones. Espero que les sirva para identificar a los cabrones que han hecho esto a esta pobre chica.
El aire se volvió pesado cuando Marc entró. Un nudo le oprimió el estómago. La Peper que conocía no estaba ahí. Su rostro, hinchado por los golpes, apenas era reconocible. Un tubo salía de su boca, un drenaje asomaba por el borde de la cama, y su cuerpo inerte parecía más frágil que nunca. Un escalofrío le recorrió la espalda.
A los pies de la cama se encontraba el historial clínico de Peper, que enumeraba todas y cada una de las lesiones que le habían provocado.
Un sentimiento de rabia lo invadió por dentro. Miró a Joseph y este asintió. Ya tenían suficiente. Demasiados años juntos como para poder interpretar una mirada. Ambos coincidían: era cosa de Olmedo y sus secuaces, pagarían por ello.