Día 25
Instantes después de que Peper llegara a la casa de su familia, se encontró con Marc en el Audi A3 azul, el mismo coche que los llevaría a encontrar respuestas. El silencio incómodo era ensordecedor, y Peper, incapaz de soportarlo más, no pudo evitar hacer una pregunta para romper la tensión. Iban a un destino desconocido, un lugar del que nadie le había hablado aún.
—¿A dónde vamos? —preguntó Peper, con voz grave.
Marc la miró de reojo, pero no supo qué responder. Las cosas en el caso Olmedo se complicaron aún más durante su tiempo en el hospital.
—Ya lo verás —respondió Marc, con un tono que intentaba sonar casual.
—No te ofendas, pero voy con un desconocido en su coche, a un sitio que no sé ni dónde está, y acabo de salir de un hospital después de que unos supuestos ladrones me dieran una paliza. Así que, que no me digas a dónde vamos, realmente me tranquiliza —dijo Peper, con tono sarcástico.
—No entiendes de qué va esto —dijo Marc, finalmente, de forma un tanto cortante.
—Por eso estoy preguntando. No sé cómo supiste cuándo iba a salir del hospital, ni dónde vive mi familia. Tampoco entiendo cómo sabes que no les conté nada a la policía, ni que no eran ladrones, sino… otras personas. No sé qué sabes, pero necesito saberlo. Joder, ¿por qué me ha pasado esto? ¿Quiénes son? ¿Por qué entraron en mi casa? —Peper dejó escapar un suspiro de frustración mientras elevaba la voz, mostrando su enfado.
Marc suspiró. Los pensamientos se amontonaban en su mente, compitiendo por salir. Ojalá pudiera contarle todo en ese momento, pero no podía. Tenía que esperar. Los ojos de Peper lo atravesaban, llenos de furia, y eso lo ponía incómodo. No le gustaba estar en el centro de la atención ni causar polémicas, y aún les quedaba más de una hora de trayecto.
—Mi unidad no se dedica solo a vigilar que Olmedo se "comportara" bien en tus sesiones. Trabajamos para un grupo del que nadie sabe nada. Técnicamente, no existimos. No tenemos un lugar en ningún organigrama, ni oficinas donde presentar una denuncia o queja. Estamos a disposición directa de jueces y fiscales, aunque las órdenes más directas las recibimos de quienes realmente controlan los hilos para acabar con toda esta lacra. Ahora mismo, nos dirigimos a la sede.
Peper procesaba las palabras de Marc sin comprender del todo. Seguía mirándolo mientras el Audi A3 avanzaba a toda velocidad por la AP66, intentando encajar la información.
—¿Qué tengo yo que ver con todo esto? ¿Por qué no sabía nada hasta ahora? —dijo, con tono firme. —Yo estuve con Olmedo en una sala de un edificio público, ¿cómo es que, si nadie sabe nada de tu unidad, estábamos allí?
Marc sonrió con cierto aire de complicidad. Sabía lo difícil que era entender todo esto cuando era la primera vez que alguien lo veía. Aún recordaba sus primeros días en este mundo, pero eso era otro tema. Le gustaba ver la cara de Peper mientras asimilaba la información. Al menos ahora sabía que estaba a salvo, aunque con heridas por sanar, todavía podía ser útil para resolver el caso Olmedo.
—Todo a su tiempo —dijo Marc, finalmente.
El Audi A3 azul se detuvo media hora después frente a un edificio público en reformas. El aparcamiento estaba desierto, rodeado por muros de hormigón granate de unos dos metros y medio de altura.
—Vamos, ya hemos llegado —dijo Marc.
La expresión de Peper era de total desconcierto. No había ningún coche más, solo ellos y la vastedad del lugar. Marc bajó del coche y ella lo siguió. Se dirigieron a lo que parecía la entrada del edificio, aunque era difícil asegurarlo, rodeado como estaba de andamios. El suelo estaba amarillento; no estaba claro si por el paso del tiempo o por la suciedad. El lugar se hizo aún más extraño cuando, poco después, un hombre con bigote, fregona en mano, apareció ante ellos.
—¿Cómo va la caza? —preguntó el hombre a Marc.
—Ya sabes, Earl, lo de siempre —respondió Marc.
—Pues ya sabe, mismo sitio, misma gente —respondió Earl, mientras continuaba frotando el suelo con la fregona.
Subieron un tramo de escaleras hasta llegar a una puerta enorme que ocupaba todo el ancho del pasillo. Al lado de la puerta había una caja similar a un terminal de fichaje, con una serie de números y una cámara. Marc introdujo una secuencia de dígitos y acercó su rostro a la cámara. La puerta se abrió.
El pasillo detrás de la puerta era largo, con puertas a ambos lados, pero sin ningún cartel que indicara a dónde conducían. A la derecha, un pasillo, dos a la izquierda, y al final, algo de luz. Al final del pasillo, una puerta grande con una luz roja encima.
Marc sacó una tarjeta del bolsillo, la introdujo en un cajetín al lado de la puerta, y cuando la luz se puso verde, entraron.
Dentro había una sala amplia con dos mesas a cada lado y una mesa central enorme, rodeada de sillas. Al fondo, había una oficina de cristal.
En la pared derecha, un panel de pantallas mostraba fotos de personas que Peper no pudo reconocer. Junto a este, un panel de metacrilato con fotos, documentos, y anotaciones dispersas.
Marc entró y Peper lo siguió. Cuando abrieron la puerta, todos los presentes giraron la cabeza hacia ellos, y un silencio pesado llenó la sala. Marc caminó con paso firme, pasando por la mesa central hasta llegar a la oficina de cristal. En el interior, una mujer de unos 50 años, con el cabello corto y canoso, estaba detrás de unas gafas de sol de estilo cat-eye, leyendo unos documentos sobre su mesa.
Marc dio dos toques a la puerta. La mujer levantó la mirada, sonrió y les indicó que entraran.
Se levantó para recibirlos.
—Por fin hemos llegado. Ya sabe a quién traigo conmigo —dijo Marc.
—Peper —dijo la mujer, mientras se acercaba a ella y le daba un abrazo. —Me alegra saber que estás bien, estábamos muy preocupados por ti. Soy la señora Lovegood, pero puedes llamarme Úrsula.
Peper estaba desorientada, no entendía quiénes eran estas personas, ni dónde estaba, ni por qué estaban tan preocupados por ella.
Parece que Úrsula leyó su mente.
—Sé que tienes preguntas, pero créeme cuando te digo que no hemos podido hablarte de todo esto antes. Por favor, tomad asiento —dijo Úrsula, señalando la mesa junto a ella.
Marc y Peper se sentaron, aunque Peper no podía disimular su nerviosismo. Sin embargo, las ganas de obtener respuestas la mantuvieron en silencio, atenta.
—No sabes por qué estás aquí —dijo Úrsula, finalmente. —Este lugar en el que nos encontramos no existe. Bajo mi mando, se ha formado un grupo de élite encargado de aquellos casos que no deben salir a la luz, como el caso Olmedo. Todo lo que hablemos a partir de este momento es confidencial. No puedes hablar con tu madre ni con Rachel sobre esto, ¿entendido?
Peper estaba sorprendida, no entendía cómo esa mujer sabía el nombre de su hermana.
—El caso Olmedo no era un caso común —continuó Úrsula. —Al principio, era un constructor venido a menos que terminó metido en temas de trata de blancas. Eso es lo que tú conoces y con lo que trabajaste. Pero lo que no sabes es que Olmedo forma parte de una organización internacional que trabaja con otras fuerzas del crimen. Ya no es solo la trata de blancas, también vende armas y drogas. Es el líder de una banda de sicarios que usa para eliminar a la competencia. Su captura fue un triunfo para nosotros, pero no contaba con que entre nuestras filas estuvieras tú. Tu trabajo en casos anteriores, no solo analizando lo que los delincuentes querían decir, sino lo que trataban de ocultar con su lenguaje corporal, te ha hecho una figura conocida en estas mafias. Casos como Alport y Milgram dejaron a esos criminales condenados a no volver a ver la luz del sol. Bueno, después de tu primera sesión con Olmedo, él dio la orden a alguien de su séquito para que fuera a por ti. No sabemos por qué no te mató, pero creemos que lo hizo para no atraer más sospechas sobre él. También creemos que tenemos un topo, alguien que nos traicionó. No entendemos su cambio ni motivación pero te necesitamos de nuestro lado.
Peper se quedó en silencio, asimilando la avalancha de información que acababa de recibir. Ahora todo tenía sentido, pero aún no entendía qué tenía que ver ella con el caso Olmedo ni con su extraño interés en hacerle ese daño sin llegar a matarla. Había una pieza crucial del rompecabezas que faltaba, y su necesidad de descubrirla la impulsaba a seguir en el caso. Marc, observándola fijamente, estaba a punto de responder a Úrsula cuando, de repente, su teléfono móvil vibró en el bolsillo.
Un sonido corto y seco, que resonó en el aire cargado de tensión. Marc sacó el teléfono sin prisa, pero el gesto estaba cargado de algo que Peper no alcanzó a identificar. Miró la pantalla y, al leer el mensaje, su expresión cambió inmediatamente.
Tengo tus respuestas.
Peper notó cómo un escalofrío recorrió su espalda al ver el cambio en el rostro de Marc. Algo había cambiado, algo que no entendía, pero que estaba a punto de dar un giro aún más oscuro al caso