El Jardín de las Delicias - El Bosco
La última vez que estuve en Madrid, tuve la ocasión de visitar el Museo del Prado. Nunca antes había estado y creo que puedo decir que es uno de los lugares de los que guardo mejor recuerdo. Tuve la gran suerte de visitar el lugar con mi amiga Sandra, una de las personas más geniales y nobles que conozco, y lo disfruté por la sencillez de su compañía y lo divertido de la situación.
El museo en sí es increíble y contaba con el añadido de poder escuchar en directo a una pianista mientras paseábamos por sus salas. Fue francamente impresionante, y más si tenemos en cuenta que el piano es mi instrumento favorito.
Cuando pienso en ello, recuerdo aquel día con cierta nostalgia y mucho cariño. En los últimos tiempos me he tomado el tema de viajar más como atesorar momentos que como enmarcarlos en fotos. Vivimos en un mundo en que la gente mira más la pantalla de un teléfono que la cara de la persona que camina a su lado. Agradezco que en lugares como el Museo del Prado no dejen hacer fotos pues, si no soy fotógrafa profesional, ni entra en mi mente estar revisando todas y cada una de las obras cuando puedo hacerlo perfectamente consultando en internet y unos cien millones de personas han trabajado para mi haciendo fotos de mejor calidad de las que yo hubiera podido sacar, incluido el propio museo.
Lo que nadie me podrá quitar es el acceder en mi mente al recuerdo, a la sensación de paz que recorrió mi cuerpo mientras aquel piano sonaba en una sala rodeada de bellísimas obras de arte, con un silencio solo cortado por el dulce y suave toqueteo de las manos de la pianista sobre aquel bello piano de cola negro. Con unas 30 personas, de diferentes culturas, con diferentes vidas personales, diferentes trabajos, diferentes preocupaciones y diferentes formas de vivir, de ver el mundo y de haber llegado hasta aquel lugar. Todos interconectados en el mismo punto y lugar, durante unos pocos minutos y sabiendo que quizás, en aquella sala, es en el único momento en que nuestras caras se vean. Eso no lo conserva una foto que no voy a volver a ver jamás.
Hace unas semanas, en mi trabajo, hubo un accidente y la gente pasaba a su lado pegando la cara a las pantallas de sus móviles sin pararse a mirar que al lado podía haber una persona muerta que quizás merece el respeto de que salgamos de la vida de mentira que nos proporcionan las redes sociales y nos preocupemos de la de verdad, de la que duele.
Anoche, antes de acostarme, vi un par de videos, uno de un posible secuestro en España, en que había personas grabando con los móviles y ninguna ayudando. Cuando digo ninguna, es ninguna. ¿En qué momento nos hemos vuelto tan descorazonados y desalmados como para priorizar el sensacionalismo extremo en redes sociales dejando de preocuparnos por quienes nos rodean? ¿A caso son más importantes cuatro likes de gente que no conocemos que preocuparnos por las personas reales que tenemos a nuestro alrededor?
Medité sobre ello antes de irme a dormir, y por algún extraño motivo me venía a la mente el cuadro de El Jardín de las Delicias de El Bosco. Tuve la suerte de poder quedarme petrificada frente a él en el Museo del Prado y he de decir que la obra no deja indiferente. Su composición son tres paneles.
Panel izquierdo: trata sobre el paraíso. Se observa al Dios creados sosteniendo a Eva por la muñeca y a Adán en el suelo, entendiéndose que le hace entrega de ella. Se ve el árbol del conocimiento del bien y del mal, rodeado por una serpiente. Hace referencia con diferentes símbolos a la fraternidad, al mal acechante… Es muy armonioso y tranquilizador.
Panel central: Este es el que da título a la obra. Es la parte que representa el mundo más terrenal. En él hay muchas personas desnudas, distraídas y disfrutando de diferentes placeres, especialmente sexuales, incapaces de ver el destino que les espera. Merece la pena que tomes un minuto de tu tiempo en admirar este cuadro parte por parte, porque por mucha descripción que yo haga, se queda corto con todo lo impresionante que me resultó en realidad.
Panel derecho: el Infierno. Este es el punto al que yo quería llegar pues es lo que me venía anoche a la cabeza cuando daba vueltas a la vida frenética que llevamos. En esta parte aparece el demonio, muchas personas torturadas, castigadas por haber disfrutado de placeres en el Jardín de las Delicias. El Bosco condena el juego, la música profana, la lujuria, la codifica, la avaricia, la hipocresía, el alcoholismo… Dime ahora que toda esta enumeración de cosas no te ha traído nada a la mente.
Dejo una reflexión final leída en una descripción del cuadro para que te hagas una idea de lo impresionante de la obra: “Su moralidad no es acomodaticia ni blanda. El Bosco mira con dureza el entorno, y no escatima en denunciar, incluso, la hipocresía eclesiástica cuando es necesario. Por ello, el jerónimo Fray José de Sigüenza, responsable de la colección del Escorial a finales del siglo XVI, afirmaba que lo valioso del Bosco frente a los pintores contemporáneos era que este lograba pintar al hombre por dentro, mientras que los otros apenas pintaban sus apariencias.”
¿De verdad son las redes sociales y la falta de empatía el mal endémico que va a condenar a nuestra sociedad?