En el mundo de los ciegos, el tuerto es el Rey.
La semana pasada vi un vídeo de una prestigiosa galería de arte en la que introducían obras pintadas por niños para que los “entendidos” dieran sus opiniones, todo ello sin haberles dicho en ningún momento quien lo había realizado.
Las opiniones son de lo más interesantes, lo dejo para deleite:
Bien, por aclarar un poco más la idea principal de este post, dejo este video de un experimento que hicieron unos bromistas en Holanda hace unos años en que introducían en una feria gastronómica hamburguesas del McDonald’s para que los paladares expertos manifestaran su opinión. El resultado vino a ser algo similar al del video anterior. Pasen y vean.
La cuestión es que estos dos ejemplos, unidos a unos tantos anteriores, me han llevado a pensar que a veces damos a la gente una reputación o capacidad de la que carece y encima lo demuestra. El problema es que, como no se puede saber de todo, muchas veces no sabemos si es real o no.
Esto no es preocupante si nos ceñimos al arte o a la alimentación, pero… ¿y si de lo que hablamos es de un médico o un catedrático? Estoy segura de que leyendo mis palabras te ha venido a la mente algún supuesto erudito que era experto en todo y no sabía de nada, un cuñado de poca monta al que precedía la fama por un hecho puntual que pudo parecer grandioso y que desgranado no lo era tanto.
En el pueblo de León en que yo vivía, recuerdo que se puso muy de moda el tema de ir a cenar a un Gastrobar con supuestas opciones de Estrella Michelín que nunca le llegó. De esos sitios en que la gente mundana denomina “restaurantes donde comes poco y pagas mucho”. Y que razón.
Recuerdo ir a comer a uno de esos una vez, porque si amigos, yo también he perdido mi tiempo (y mi dinero) en comprobar que aquello que aparentaba ser bueno no lo era tanto.
El sitio tenía el suelo de microcemento, tan de moda en la época, y hacía muchísimo frío. Creo que formaba parte de la experiencia, el tener que ingerir la comida con el abrigo puesto. No recuerdo ni el nombre de los platos ni en que consistían. Solo se que era un menú degustación de unos 10 o 12 platos y algunos venían servidos en piedras. No en pizarra, no, piedra… piedra.
Pagamos 110€ por persona y hubo uno que venía servido en un plato enorme al que pusieron un micro champiñón con un jugo verde. En total el conjunto no pasaba de 5 centímetros de diámetro, y el champiñón sabía a eso, a champiñón, el jugo parecía agua con perejil, pero tampoco recuerdo su sabor ni olor y agradecida que recuerdo a ese pequeño champiñón desangelado y separado de sus compañeros.
Tratando posteriormente el tema en un coloquio habitual de bar, uno de los integrantes mencionaba que había ido a comer al DiverXo a Madrid varias veces, que tenía un menú exquisito por 350€ (ahora ha subido a 500€). Yo solo recordaba el experimento de la comida del McDonad´s y me planteaba seriamente el tema de como saber que algo es exquisito o no lo es, cuando no sabes su precio. ¿Le damos el valor a una comida de 350€ porque solos nos fijamos en que vale 350€ y le atribuimos a ese valor la etiqueta de “delicatesen” o es que realmente sabemos de lo hablamos? Yo comprendo que una persona que entiende de vinos, se dedica a observar su maduración, sigue los movimientos de uva de las diferentes cosechas y bodegas… quizás pueda hablar con propiedad de un vino, pero tú, alma de cántaro, que no diferencias una raba de calamar de una croqueta de marisco, que te has criado a base de cartones de Don Simón y litronas de Mahou, ¿de verdad te consideras con un paladar tan exquisito como para hacerte el entendido con un menú de 350€?¿O tu experiencia en la gastronomía radica en el mero placer de hacer alusión a que has pagado ese dinero por comer?
En mi opinión, nos estamos idiotizando, vamos de entendidos cuando sabemos el precio, pero no estamos preparados para valorar todo lo que nos rodea porque no tenemos ni la capacidad, ni los conocimientos. Podemos aventurarnos a decir si algo nos gusta o no nos gusta, pero ser expertos con texturas, sabores, cocinados… me parece ir mucho mas allá de las capacidades de mucha gente.
Ahora bien, los críticos de arte y los expertos gastronómicos de los videos no tienen desperdicio y al menos una risa nos han sacado.
¿Tu que opinas?
Habla por ti, nunca he bebido una litro a de Mahou y el calimocho nunca con un vino peor que catedral de Leon