La chica de los por qué.
Nadie sabe cómo pasó, tampoco ella, pero todo lo que en su momento parecía un compendio de cuerdas anudadas, se había convertido en una puerta abierta hacia aquello que muchos denominarían hogar.
Siempre la observé en silencio. Cuando estaba en el colegio era un puzzle roto al que faltaban piezas, lo de encajar en un sitio era complicado cuando las inquietudes que pasaban por su cabeza se perdían entre su pelo por no tener con quien compartirlas.
La imagino sentada en silencio y sola, pero un día contó que no era así, lo peor de sentirse solo es cuando estás rodeado de gente, puesto que ahí ya no albergas esperanzas.
Resignada siguió avanzando, nada tenía que perder dejándose arrastrar por la marea en la que te envuelven las hormonas adolescentes, pero el resultado era el mismo que el anterior e incluso peor. Su carácter se forjaba a la misma velocidad que lo hacía el cambio producido por la adolescencia.
El entorno condicionaba, vivir en un mundo en que la gente no se cuestiona nada, todo es “así” porque así se ha hecho siempre, a ella no le valía. Querer salir de un molde forjado con años y años de experiencia equivocada e incluso luchar en su contra, hizo que poco antes de los 20 entendiera que igual el enemigo no lo tenía dentro, si no fuera, y que eso que todo el mundo considera como válido pudiera ser fácilmente cuestionable.
Hoy he vuelto a verla, de casualidad, en una conversación que llevaba años pendiente. La rabia o rencor que sintió en su momento, se habían esfumado, así me lo explicó.
Corría el mismo fluido por sus venas, eso es un dato significativo, pero afortunadamente está dotada de cerebro y con capacidad suficiente como para discernir lo que son sus propias decisiones de lo que son las de los demás.
Deberíais verla; pequeña, pero con capacidad suficiente como para sostener un mundo sobre sus hombros sin pestañear, capaz de aguantar un ovillo de lana tejido por peso de 25 años de decisiones de las que ella no era más que un fleco y sin perder la sonrisa, ni la entereza.
Que placer recuperarla para saber en qué se ha convertido, tanto tiempo sintiéndose un juguete roto para darse cuenta de que lo que necesitaba ya lo tenía. No se esforzó nunca en encajar, quizás eso lo veían como un problema, afortunadamente ni le preocupa.
Joder, le brillaban hasta los ojos! Carácter forjado por experiencias, ese es el bueno, el que endurece y el que, como ella dice, le ayuda a levantarse por las mañanas pudiendo caminar libre.
No sé qué habrá sido de la chiquilla miedosa a la que cargaban inseguridades los mayores, pero lo que si se es que hoy, cuando la buscamos, el eco del silencio fue la mejor de las respuestas.