La lámpara azul.
y mis pensamientos antes de dormir.
De vuelta a la rutina profesional. A mi izquierda la lámpara de plástico color azul que desentona totalmente con la estética de este dormitorio, pero que da luz a las palabras que estoy escribiendo. A mi derecha, el conjunto de almohadas que me miran con cierto resquemor por haberlas posicionado sobre una mesilla de noche y quitándolas del acogedor colchón sobre el que yo me hallo ahora mismo.
Tapada por un nórdico de rayas beige, blanco y marrón, el dormitorio parece un lugar algo menos frío de lo que se siente. He aprendido a hacer de este sitio “mi sitio”, pero ni si quiera es mi sitio del todo. Sobre la pared que apoya un no cabecero, algún día reinó un frío aterrador que nunca se escapó. Mentiría si dijera que no pienso en ello más noches de las que me gustaría.
Pensamientos. Qué importante cuestión. Muchas veces soy más que consciente de que sobre pienso demasiado. Me doy cuenta muchas veces cuando me ducho, momento de máxima intensidad con dos variantes perfectamente definidas:
variante 1: me pierdo entre mis pensamientos y no se si me he enjabonado si quiera, por lo que en un estado consciente lo hago (repitiéndolo en el 99,9% de las ocasiones)
variante 2: me ducho y salgo rápido con una respuesta a un problema que probablemente me haya atormentado durante todo el día o toda la semana. Y todo porque en ese instante dejé de pensar.
Hoy venía en el coche escuchando un podcast de Mario Alonso Puig en el que hacía hincapié en esta parte. Decía que era importante valorarse y hablarse con cariño, que los pensamientos gobiernan nuestra vida y suelen ir en piloto automático, por lo que era importante frenarlos un poco y dejar que la cosa fuera con más calma, que eso lo conseguía la meditación, el ser conscientes del aquí y el ahora.
Quiero meditar, pero a mi manera. Ahora mismo siento mis pies sobre las suaves sábanas de mi cama, bajo el nórdico que ha conseguido cambiar su temperatura. Deslizo mis manos por mi teclado, siento el tacto de las teclas, suave en cada pulsación, contrastando con la sensación de mis muñecas apoyadas en el metal del ordenador, algo más fresquito y bastante más duro. Suena mi teléfono; una notificación de WhatsApp, pero no la abro ni la miro, lo que sea, será y va a tener que esperar a mañana.
A mi izquierda la mesilla con la lámpara azul acompañada por tres libros:
Fundamentos de psicología jurídica e investigación criminal.
Mujeres de Manhattan.
El Criterio.
De este último hablaré más adelante, porque es un libro con historia. Veo los libros y no puedo evitar dejar volar mi mente al siguiente pensamiento que me saca de mi aquí y me manda a mi yo en otro momento. Meses llevo queriendo comprar el libro de “El camino del Artista”, igual debería comprarlo y permitir que acompañe a mis libros de mesilla de noche para deleitar a mi cerebro con sus palabras antes de dormir. Me lo he ganado, pero luego pienso que tengo muchos sin leer y que no es el momento y se me pasa.
Un ruido que proviene del piso de arriba me saca de mi futuro y me lleva a mi ahora. Los vecinos van a ir a acostarse y la última visita al baño se hace sonoramente evidente. No me quejo, por lo menos no son canicas y son muy buena gente.
Mañana será otro día, pero al menos hoy he podido quitar el mono de escribir y he acercado mi sueño un poco más, lejos del scroll infinito que me ofrecen las redes sociales y al que no me apetece recurrir.




