Lo que nos queda por aprender.
Siempre escuchamos eso de que “todos los días aprendemos algo nuevo” pero no las tengo todas conmigo de que eso sea realmente cierto. Muchos días no somos más que entes solitarios que vagan por un paraíso de rutina diaria al que la sociedad nos somete con las leyes auto impuestas no escritas; el trabajo con sus determinadas horas de carga laboral, la limpieza y pulcritud del lugar donde vivimos, criar a nuestros hijos, preocuparnos de nuestros mayores, pasear con nuestras mascotas y una lista interminable de “tengo que” para poder sobrevivir a diario.
El problema de estas obligaciones que nosotros nos ponemos, es las limitaciones que nos suponen para poder hacer lo que realmente nos guste hacer. Llegados a esta parte, resulta obvio que a nuestros trabajo no podemos renunciar ya que en la noria de la vida, para poder llegar arriba tienes que estar primero abajo. Para poder viajar, comprar libros que leer, poder vivir relativamente tranquilo... debes tener una fuente de ingresos que te lo permita, con lo cual, la solución a esta parte es conseguir que tu dinero, provenga de hacer algo que te llene realmente, que te haga levantarte por las mañanas con un motivo.
Pero cuidado con esto, ya que el tener un trabajo que te apasione no te va a eximir de llevar el piloto automático puesto en más de una ocasión, perdiéndote los momentos a los que hacía referencia antes. Cuando pasa el tiempo y te reencuentras con gente del pasado no te preguntan “hola, ¿eres feliz?”.
¿A caso no nos estaremos equivocando? ¿Cuántas veces vamos a vivir? yo creo que de vez en cuanto toca hacer examen de conciencia, desmenuzar las partes que conforman nuestros días y ver si todos los “tengo que” te hacen tan feliz como para que merezca la pena dejarse llevar. A veces no nos quedará más remedio que seguir con ellos, pero otras muchas estoy segura que podemos prescindir para sentirnos un poquito mejor.
Jennifer García